miércoles, 17 de junio de 2020

ADVENIAT REGNUM TUUM -Parte V



ADVENIAT REGNUM TUUM  - PARTE V
LAS QUEJAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

A la puerta de los humanos corazones está llamando cada día y cada hora un amante Corazón.  Como desvalido pasajero ruega allí hospitalidad; como infeliz mendigo solicita limosna.

Es ¡oh cristiano! El Corazón de tu amante Jesús, de tu Dios, de tu Señor y Rey, que llama bajo este disfraz al miserable corazón tuyo.   Y la hospitalidad que pide y la limosna que mendiga es ¡oh ingrato! La de tu amistad y amor!

Sordo te haces a sus repetidas aldabadas, y ya que no por formal desprecio, por flojedad al menos y por negligencia y dejadez rehusas quizá dar de mano a viles fruslerías que te distraen y entretienen, y no acudes, rápido como el viento, a abrirle de par en par todos tus senos al Huésped celestial.

“Me trae ahora muy atareado el negocio, dices; me preocupa del todo la familia; no me dejan un momento mil quehaceres; necesito todo mi ardor para el estudio y la carrera”  Y entre tanto haces esperar de puertas afuera al dulce Amigo, que tras largo viaje ¡del cielo a la tierra! Anhela honrarte descansando perpetuamente en ti.

Y no se avergüenza de esperar; y no se enoja de tener que repetir el llamamiento y la aldabada dos veces… ciento… mil… Y no te cansas tú de preferir a Él tus negocios, tus visitas, tus ambiciones, tus placeres, tus pecados quizá… cualquier cosa.  En efecto, ¡Cualquier cosa parece ser para ti más importante cosa que el servicio de tu Dios y Señor!

¡Ah! Despierta de una vez, atiende y abre… y dale entrada, amorosa entrada, triunfal entrada a tu enamorado Jesús.

No viene en son de rebato para rendirte y humillarte con forzosa y violenta sujeción.  Pacífico viene, y con blanda cadena de amor, de amor solo, quiere que te le entregues en suavísimo cautiverio.

Su corazón te muestra, nido de regalados amores; su Corazón te abre, asilo de paz y de infinita dulzura; su Corazón te da, tesoro de todo bien y de nunca imaginadas riquezas.

¿Qué puedes pedirle más a quién por arras y prendas empieza por darte ya regalado su propio Corazón?

Corazón herido y cuya llaga gotea sangre que derramaron aleves manos ¡las tuyas propias! En momentos de ciego y desatinado furor.

Corazón ardiente, al que rodean encendidas llamas, hoguera de inextinguible caridad.

Corazón coronado de espinas, emblema del constante sacrificio.

Corazón en cuyo centro se levanta la cruz, símbolo de expiación perpetua y de inmolación perenne por los hombres y por su Padre Celestial.

Estas son sus armas y divisa, y con ellas dignóse aparecer al mundo, y con ellas se lisonjea de ablandar tu dureza, y derretir tu helada indiferencia, y volver hacia sí tu distraída afición.

Ábrete, ¡ingrata criatura! ¿Osarías un instante más permanecer sorda a un llamamiento tal?

En queja, en queja, sí, Corazón dulcísimo, nos dirigimos a Vos ne este día.  En queja, sí, pero en queja de amor, que al amor más que a nadie son permitidas las quejas, y entre finos amadores estuvo siempre muy autorizada y hasta agradecida esta libertad.

¿Por qué no reináis todavía en el mundo todo, o por lo menos en esta vuestra España, como de ello tenéis soltada pública y oficial promesa, oh Sacratísimo Corazón?

¿Por qué no ha de sonar aún esta hora felicísima en que se rindan los corazones a vuestro yugo y blanda dominación, contrastada de una vez la astucia o fiereza de enemigas sectas, que en todo o en parte, de frente o de soslayo, no cesan de impugnar los derechos de vuestra individual y social soberanía?

¿Por qué al menos entre los que hijos vuestros y devotos vuestros se llaman, y ostentan con afán vuestras divisas., y rodean con ardor vuestro altar, y pertenecen a la hueste privilegiada de vuestras Asociaciones; por qué en estos siquiera no acabáis de reinar, Corazón suavísimo, con la unidad de sentimientos, con la concordia de voluntades, con el vínculo estrecho de caridad, con la solidaridad de ideal común, con la liga y mancomunidad de esfuerzos, con el espíritu de mutua abnegación y sacrificio, que los acrediten por familia y enteramente unida, exclusivamente vuestra, sólo atenta y consagrada a Vos?

¿Por qué, Corazón amorosisimo, por qué?
¿Hasta cuándo miras de parcialidad, intereses de bandería, sutiles puntos de amor propio, miserables resentimientos, han de poder más en corazones hidalgos y cristianos que el lazo de hermandad sobrenatural, el deber de la filial obediencia, el ascendiente avasallador de vuestra herida cruel, sangrienta cruz y dolorosa corona de espinas?

Haced más, Corazón divino, haced más, ya que tanto lo necesita nuestra obstinada dureza.

Redoblad, Corazón amantísimo, las finezas de vuestra generosidad para avergonzar y confundir de una vez tanto egoísmo; mostraos al mundo ingrato con más poderosos recursos de invencible poder para rendir tan encastilladas resistencias; discurrid nuevos extraordinarios ardides de amor para socavar y hacer volar, con esa dinamita del cielo, los cien y cien groseros baluartes en que se atrinchera el vil amor propio, que es tal vez el único que osa miserablemente oponer sus falsos derechos de mal vasallos a los derechos augustos de vuestro real señorío.

Y si eso no basta, humilladnos, rendidnos, subyugadnos, con el castigo, amantísimo Corazón, que también lo tiene de padre el que para su bien azota a su hijo; afligidnos, multiplicad las calamidades, cubrid de oprobio nuestro rostro, obligadnos con la tribulación, hacednos pagar con merecidas expiaciones de juez, lo que generosamente no hemos querido ceder a las repetidas llamadas de vuestra voz de amigo.

Aún así será glorioso el triunfo que logréis sobre nuestra rebeldía, aún así alcanzados con lágrimas y sangre vuestra y con lágrimas y sangre nuestra, serán victoria de vuestro amoroso Corazón.

¡Señor, que no se alegren en nuestro daño y en desdoro de Vos, nuestros comunes enemigos: Señor, que no alardee con carcajada infernal la Masonería, que pudo ella más con sus pérfidas malas artes para mantenernos divididos, que no vos con las vuestras celestiales, para hacernos olvidar añejas malquerencias y reunirnos en torno de Vos!

¡Divino Corazón! ¡por la paz y concordia y unión de todos vuestros amigos bajo la filial obediencia de vuestro augusto Vicario, aceptad el amoroso quejido de tantas almas, en el gran día más especialmente consagrado a Vos!

Fin de la quinta parte 

transcrito y agregado para El Tesoro de Janua Coeli 
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