ADVENIAT
REGNUM TUUM - PARTE V
LAS QUEJAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
A
la puerta de los humanos corazones está llamando cada día y cada hora un amante
Corazón. Como desvalido pasajero ruega
allí hospitalidad; como infeliz mendigo solicita limosna.
Es
¡oh cristiano! El Corazón de tu
amante Jesús, de tu Dios, de tu Señor y Rey, que llama bajo este disfraz al
miserable corazón tuyo. Y la
hospitalidad que pide y la limosna que mendiga es ¡oh ingrato! La de tu amistad
y amor!
Sordo
te haces a sus repetidas aldabadas, y ya que no por formal desprecio, por
flojedad al menos y por negligencia y dejadez rehusas quizá dar de mano a viles
fruslerías que te distraen y entretienen, y no acudes, rápido como el viento, a
abrirle de par en par todos tus senos al Huésped celestial.
“Me
trae ahora muy atareado el negocio, dices; me preocupa del todo la familia; no
me dejan un momento mil quehaceres; necesito todo mi ardor para el estudio y la
carrera” Y entre tanto haces esperar de
puertas afuera al dulce Amigo, que tras largo viaje ¡del cielo a la tierra!
Anhela honrarte descansando perpetuamente en ti.
Y
no se avergüenza de esperar; y no se enoja de tener que repetir el llamamiento
y la aldabada dos veces… ciento… mil… Y no te cansas tú de preferir a Él tus
negocios, tus visitas, tus ambiciones, tus placeres, tus pecados quizá…
cualquier cosa. En efecto, ¡Cualquier
cosa parece ser para ti más importante cosa que el servicio de tu Dios y Señor!
¡Ah!
Despierta de una vez, atiende y abre… y dale entrada, amorosa entrada, triunfal
entrada a tu enamorado Jesús.
No
viene en son de rebato para rendirte y humillarte con forzosa y violenta
sujeción. Pacífico viene, y con blanda
cadena de amor, de amor solo, quiere que te le entregues en suavísimo
cautiverio.
Su
corazón te muestra, nido de regalados amores; su Corazón te abre, asilo de paz
y de infinita dulzura; su Corazón te da, tesoro de todo bien y de nunca
imaginadas riquezas.
¿Qué
puedes pedirle más a quién por arras y prendas empieza por darte ya regalado su
propio Corazón?
Corazón
herido y cuya llaga gotea sangre que derramaron aleves manos ¡las tuyas
propias! En momentos de ciego y desatinado furor.
Corazón
ardiente, al que rodean encendidas llamas, hoguera de inextinguible caridad.
Corazón
coronado de espinas, emblema del constante sacrificio.
Corazón
en cuyo centro se levanta la cruz, símbolo de expiación perpetua y de
inmolación perenne por los hombres y por su Padre Celestial.
Estas
son sus armas y divisa, y con ellas dignóse aparecer al mundo, y con ellas se
lisonjea de ablandar tu dureza, y derretir tu helada indiferencia, y volver
hacia sí tu distraída afición.
Ábrete,
¡ingrata criatura! ¿Osarías un instante más permanecer sorda a un llamamiento
tal?
En
queja, en queja, sí, Corazón
dulcísimo, nos dirigimos a Vos ne este día.
En queja, sí, pero en queja de amor, que al amor más que a nadie son
permitidas las quejas, y entre finos amadores estuvo siempre muy autorizada y
hasta agradecida esta libertad.
¿Por qué no reináis todavía en el mundo
todo, o por lo menos en esta vuestra España,
como de ello tenéis soltada pública y oficial promesa, oh Sacratísimo Corazón?
¿Por qué no ha de sonar aún esta hora
felicísima en que se rindan los corazones a vuestro yugo y blanda dominación,
contrastada de una vez la astucia o fiereza de enemigas sectas, que en todo o
en parte, de frente o de soslayo, no cesan de impugnar los derechos de vuestra
individual y social soberanía?
¿Por qué al menos entre los que hijos
vuestros y devotos vuestros se llaman, y ostentan con afán vuestras divisas., y
rodean con ardor vuestro altar, y pertenecen a la hueste privilegiada de
vuestras Asociaciones; por qué en estos siquiera no acabáis de reinar, Corazón
suavísimo, con la unidad de sentimientos, con la concordia de voluntades, con
el vínculo estrecho de caridad, con la solidaridad de ideal común, con la liga
y mancomunidad de esfuerzos, con el espíritu de mutua abnegación y sacrificio,
que los acrediten por familia y enteramente unida, exclusivamente vuestra, sólo
atenta y consagrada a Vos?
¿Por qué, Corazón amorosisimo,
por qué?
¿Hasta
cuándo miras de parcialidad, intereses de bandería, sutiles puntos de amor
propio, miserables resentimientos, han de poder más en corazones hidalgos y
cristianos que el lazo de hermandad sobrenatural, el deber de la filial
obediencia, el ascendiente avasallador de vuestra herida cruel, sangrienta cruz
y dolorosa corona de espinas?
Haced
más, Corazón divino, haced más, ya que tanto lo necesita nuestra obstinada
dureza.
Redoblad,
Corazón amantísimo, las finezas de vuestra generosidad para avergonzar y
confundir de una vez tanto egoísmo; mostraos al mundo ingrato con más poderosos
recursos de invencible poder para rendir tan encastilladas resistencias;
discurrid nuevos extraordinarios ardides de amor para socavar y hacer volar,
con esa dinamita del cielo, los cien y cien groseros baluartes en que se
atrinchera el vil amor propio, que es tal vez el único que osa miserablemente
oponer sus falsos derechos de mal vasallos a los derechos augustos de vuestro
real señorío.
Y
si eso no basta, humilladnos, rendidnos, subyugadnos, con el castigo, amantísimo Corazón, que también lo
tiene de padre el que para su bien azota a su hijo; afligidnos, multiplicad las
calamidades, cubrid de oprobio nuestro rostro, obligadnos con la tribulación,
hacednos pagar con merecidas expiaciones de juez, lo que generosamente no hemos
querido ceder a las repetidas llamadas de vuestra voz de amigo.
Aún
así será glorioso el triunfo que logréis sobre nuestra rebeldía, aún así alcanzados
con lágrimas y sangre vuestra y con lágrimas y sangre nuestra, serán victoria
de vuestro amoroso Corazón.
¡Señor,
que no se alegren en nuestro daño y en desdoro de Vos, nuestros comunes
enemigos: Señor, que no alardee con carcajada infernal la Masonería, que pudo
ella más con sus pérfidas malas artes para mantenernos divididos, que no vos
con las vuestras celestiales, para hacernos olvidar añejas malquerencias y
reunirnos en torno de Vos!
¡Divino
Corazón! ¡por la paz y concordia y unión de todos vuestros amigos bajo la
filial obediencia de vuestro augusto Vicario, aceptad el amoroso quejido de
tantas almas, en el gran día más especialmente consagrado a Vos!
Fin de la quinta parte
transcrito y agregado para El Tesoro de Janua Coeli